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Contrario a frecuentes suposiciones, Pedro Pablo nunca resulta ambiguo. Más bien lo asiste una dualidad poético-política que lo induce a colocar la apertura simbólica de la situación por encima de la clausura del relato. Por lo que "el fin justifica los medios" en un contexto poético. Al violentar el principio de la definición política, este termina siendo una premisa tan cuestionable como inútil. Ángel o demonio, culpable o inocente, se trata de un hombre que asegura hacer arte convencido de que nadie tiene derecho a pronunciar la última palabra bajo ninguna circunstancia. Quizá esta constituya su única y perenne herejía.
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Al reducir la contingencia social al absurdo, el artista se reduce también al absurdo de alguien destinado a una tarea lamentable: suavizar la desgracia mediante la parodia. Probablemente aspiró a sugerir que nada es más vergonzante como reírse de las desgracias que asedian a los humanos. Darle término a esta serie pudo devolverle la tranquilidad a Pedro Pablo Oliva. Solo así estaría a salvo de verse especulando con las secuelas del dolor ajeno. Ante un riesgo semejante, era preferible pintar escenas bucólicas de ese tedio doméstico recurrente en muchos de sus lienzos.
Los personajes de Pedro Pablo Oliva están condenados al silencio de una culpa fantasma que les recuerda un viejo proverbio: "La paciencia es la llave que abre la última puerta". Por mucha que sea la inconformidad de los sujetos de la historia, estos no se revelarían contra los verdaderos culpables. Estas escenas configuran una especie de alter ego de su creador: una sensibilidad donde la humildad y la soberbia entablan una porfía mental cuyo desenlace incluye su misma falta de solución.
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