Por ciertas aberraciones de la política, valga la redundancia; quienes nacimos, crecimos e hicimos carrera artística en Cuba no supimos mucho o nada de nuestros colegas “del lado de allá”; un cuarto de siglo antes que el premonitorio 1984 de Orwell pero con la crudeza de un realismo mágico (más bien un realismo socialista) fueron excluidos de la historia del arte todos quienes abandonaron el entonces vigoroso y luego naufragante bote de La Revolución.
Es bueno apuntar como “del otro lado” tampoco se tendió a reconocer el desarrollo (hacia cualquier parte que vaya hay un desarrollo en el tiempo) de una cultura nacional que, como todas, se gesta amén de los mecanismos restrictivos o encauzantes; me refiero, por supuesto a esa dejada en el encierro insular, no a la otra, a fin de cuentas la misma llevada por el derrotero de los emigrantes que hicieron culto a los representantes del arte que habian tomado el mismo camino.
Las han cosas han cambiado; globalización aparte, alguna responsabilidad del intercambio posterior la tuvieron, al menos las artes visuales, la generación de los 80 y 90’s quienes casi masivamente brincaron el charco y quizás no se podía dejar una laguna en tal período de actividad artística; cómo hablar de la inserción de Cuba en corrientes más cosmopolitas que el realismo socialista de los setenta sin mencionar a Tomás Sanchez, José Bedia y más adelante a Gustavo Acosta, Tomas Esson y muchos más. Se haría más justicia si también mostráramos a los jóvenes artistas cubanos de hoy la obra de Julio Larraz, de Cruz Azaceta entre otros, sumados tempranamente a quienes pusieron mar por medio a su juventud, su contexto y una gama de contingencias personales.
La motivación para estas líneas no ha sido, como pudiera parecer, tal injusticia, ha sido la conciencia de haberme perdido por años la obra de tales artistas; como paliativo a tal circunstancia tuve el privilegio de, recien llegado, recibir de regalo un libro sobre la obra de Larraz de manos de un familiar suyo. Hoy, tras un paseo por la web, dedico un espacio a una pieza singular después de haber descubierto el gran apego y la gran luminosidad de este artista, ambas, supongo, herencias del Caribe aún a la mano desde Miami; su surrealismo suave y la naturalidad de algunos cuerpos desnudos nutren la serenidad de sus piezas; sus personajes calmos parecen detenidos para el propósito de ser pintados con sus contornos vibrantes y los rostros genéricos.
Este trabajo, del cual quiero anotar unas líneas aunque haya perdido el nombre, no desdice nada de esto, mas no deja de ser exótico; si bien muchos ambientes de Larraz nos evocan negros saharianos mostrando la arena y mar de otras latitudes; esta incursión por lo oriental no parece ser frecuente.
El personaje de este lienzo, gracias a su levitación, alcanza, preciso con su tercer ojo la linea del horizonte, divisora de dos dimensiones iguales pero invertidas, punto de partida para toda una filosofía; en el punto de contacto de esa línea y el el mencioando chakra un haz de luz se produce sugiriendo interiorización de esa realidad dual, la iluminación por la comprensió de estas cosas. El cuerpo oscuro, opaco puede estar limitado en ese cuadrado (entre los elementos de la arquitectura circundante compositivamente hablando) pero las montañas y la masa de agua, también parte de él sobrepasan estos límites
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